tiempo recobrado
La luna
Ese deseo de coger la luna con las manos es una metáfora de la existencia humana en busca de lo imposible
Las letras y el mal
En el fondo del infierno
Cuando tenía 15 años, cogí un tren tranvía desde la estación de Burgos a Briviesca, el pueblo de mi madre. Era un trayecto de sólo 40 kilómetros. Iba a casa de mis tíos. Era un día primaveral y había anochecido cuando llegué a mi ... destino. Comencé a andar y al cruzar el río Oca, encima del cementerio, una inmensa luna amarilla brillaba en la oscuridad. Era tan grande que parecía que bastaba subir a los montes cercanos para tocarla.
Me senté en un banco y estuve unos minutos contemplando el espectáculo. Había leído que la luna ejerce influencia sobre la vida humana y sabía que los movimientos de las mareas se deben a su posición respecto a la Tierra. Pero lo que recuerdo de aquel momento es que fui consciente, por primera vez en mi vida, de la fugacidad del presente y que jamás volvería a tener tan cerca la luna.
La sensación de la finitud de la existencia nunca me ha abandonado e incluso se ha llegado a convertir en algo obsesivo que me ha impedido disfrutar del presente. Es como un velo que siempre ha estado delante de mis ojos y que ha empañado los momentos de felicidad. Al intentar evocar lo que ha sido mi paso por este mundo, tengo que partir de esa imagen de la luna que nunca he olvidado y que me sigue suscitando zozobra.
A pesar de ello, crece la sensación de que mi tortuoso recorrido por este valle de lágrimas sí ha quedado compensado por la propia experiencia de vivir. A medida que se acerca la oscuridad, crece la conciencia de haber sido único, como todos los seres humanos.
Me quedan muchas cosas por hacer, muchos libros por leer, muchos viajes por emprender, pero no puedo quejarme. Recuerdo un poema en el que Borges, tras cumplir 40 años, decía que había libros en sus estanterías que jamás volvería a abrir. Esa sensación, que he tenido desde joven, me ha llenado de nostalgia. Sin embargo, puedo considerarme afortunado por haber tenido buena salud, una familia, un trabajo que me ha apasionado y seguir disfrutando de la amistad.
Jean-Paul Sartre afirmaba que los seres humanos carecemos de esencia. Existimos simplemente. Nacemos con una herencia genética y una fuerte influencia familiar, pero no estamos determinados a ser una cosa u otra. Siempre me he sentido libre en mi vida para elegir. Y siempre he sido muy consciente de que, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, he sido el dueño de mis decisiones.
«Me atrevo a afirmar que, si las cosas que lamentas haber perdido fueran tuyas, no las habrías perdido», escribió Boecio. Y tenía mucha razón porque el hombre se aferra a lo que no posee, sufre el espejismo del bienestar material y se afana por alcanzar un poder que es pura vanidad. Ese deseo de coger la luna con las manos es una metáfora de la existencia humana en busca de lo imposible, a la vez una condena y un motivo para agarrarse a la vida.
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